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Entraron dos mujeres de tacones, una de ellas con los labios pintados de rojo; la otra, sin nada de color en los labios. Una tercera iba vestida de colores claros y con el cabello amarrado; las otras dos, de pelo suelto. La de los labios rojos tiene el pelo largo y lo llevaba suelto y lacio; la otra, es chiquita de estatura y de facciones. Pidieron, cada una, una cerveza Heineken de no más de cincuenta pesos y todos las veían. Demasiado. Y toda la pretensión con la que entraron al lugar se fue desvaneciendo poco a poco.

Estaban en una casa de dos pisos, arriba la música era más conocida, sonó uno que otro éxito noventero estilo 92.1 y la gente que estaba en ese piso vestía colores fosforescentes, no toda, pero no destacaba el negro como en la parte de abajo. Los pisos de madera crujían. En la parte de arriba había cajas de botellas de cerveza vacías en el piso; un cuarto o salón que adecuaron como pista de baile, un baño y además un cuarto para fumadores, atascado.

El chico que estaba sentado en el barandal de la jardinera de afuera, que cuando ellas llegaron se había caído de espaldas ya se había levantado del suelo pero seguía sin encontrar equilibrio en ningún lado.

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Una de las fotografías que más se acerca a las descripciones en el texto.

Volvieron a bajar. Volvieron a verlas. Las paredes del lugar están grafiteadas y tienen escrito varios poemas que ellas estuvieron curioseando. En ese piso hay otro cuarto adecuado como pista de baile. El DJ llevaba uno de los mejores atuendos que una de esas mujeres comparó con un personaje del siglo XVIII, el peinado era muy parecido al de Sweeney Todd. Una de ellas, la más finita de cara, quiso tomarle una foto pero, prefirió guardar el celular. En el centro de la pista había un hombre bailando sin camisa, llevaba un collar tipo gargantilla. En la ventana estaba una mujer vestida con un corsé negro, medias de red, gargantillas con cadenas, el pelo pintado de morado y los ojos delineados con una línea nada fina de pintura negra, estaba fumando un cigarro, pálida y sin nadie que pareciera acompañarla.

El protagonista sin camisa seguía bailando y empujando como parte de sus no-practicados-pasos. Ellas se compraron otra cerveza, sus caras intentaban no demostrar mucho asombro y sus ojos no se detenían mucho en ninguna persona aunque a veces era inevitable. Un cuarta mujer iba con ellas, pero conocía el lugar y daba vueltas por la casa y platicaba con distintas personas, su novio estaba en uno de los cuartos vacíos de muebles pero retacados de palabras en las paredes, platicando con otro chico que venía con ellos. Las otras tres mujeres los alcanzaron después con caras burlonas pero discretas. Su intento de baile –porque sí hubo intento—fue terrible, apenas visible y fracasó.

La que no llevaba tacones sino botas cafés, vestida de colores claros se sentía muy incómoda y lo dijo en voz lo suficiente alta para que las otras dos asintieran riéndose. Nadie se les acercó, pero siempre las veían, no como el centro de atención sino como las tres niñas fresas que no encajan en ese ambiente de música estilo “Bela Lugosi’s Dead” que después viajó a Depeche Mode –grupo con el cual se sintieron ligeramente menos en desconfianza por unos minutos que después el DJ volvió a cambiar por canciones que las hacían esconder la sonrisa de desconcierto.

Subieron las escaleras para meterse en el cuarto atascado de humo y de gente, estaban muy cerca de la puerta; la de labios rojos cuidaba su bolsa y veía constante su celular. Se fumaron un cigarro completo, bajaron las escaleras y salieron del Under. El hombre que se cayó en la jardinera ya no estaba, sus carteras tenían 50 pesos menos por el cover de la entrada. “Esto está para venir disfrazadas la siguiente vez” dijo una de ellas en tono de ‘no vuelvo nunca’. “Esta de huevos” dijo la cuarta mujer que fue la razón por la cual todos llegaron ahí ese día.  Y yo no creo que vuelvan, por lo menos dos de ellas.

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Donde ellas no cabían

Dirección:

Monterrey No. 80
Colonia Roma
Entre Durango e Insurgentes
Ciudad de México.