circuito de genes

El papelito que puedes ver en la imagen arriba en realidad es una máquina biológica. Es un circuito de genes almacenado en un pedazo de papel. Para prenderlo simplemente debes mojar el papel con un gotero y todos sus componentes microscópicos cobrarán vida.

Dependiendo de qué circuitos congelan en seco los científicos en el papel, estas tiritas podrían usarse para detectar microbios que causan enfermedades o moléculas importantes para la medicina, como la glucosa. Incluso podrían producir moléculas que los científicos quieren.

Como demostración, el equipo de desarrolladores creó dos tipos de sensores en tiritas de papel. Uno tenía círculos que cambian de color cuando eran mojados con una solución que contenía bacterias resistentes a antibióticos. El otro tenía círculos que cambiaban a uno de dos colores cuando se mojaba con muestras de sepas de ébola de Sudan o Zaire. Los sensores aún no pueden detectar bajas cantidades de bacteria y virus, así que no se podrán usar para detectar brotes pronto. Pero los creadores están esperando haber tomado el primer paso a detectores de campo fáciles de usar.

Un circuito de genes funciona un poco diferente que uno electrónico, sólo que todos sus componentes son biológicos. Estos circuitos contienen docenas de genes, además de proteínas necesarios para leer esos genes. Juntos, los genes y las proteínas llevan a cabo una tarea. Hay circuitos naturales de genes, como los genes y las proteínas que trabajan juntos para llevar a cabo la fotosíntesis en las plantas. Sin embargo, en estos papelitos científicos pueden diseñar cualquier circuitos que quieran, no sólo los que ocurren naturalmente. Combinan genes de diferentes especies, por ejemplo, para conseguir la reacción que buscan.

El equipo que desarrolló las tiras de papel, incluyendo biólogos e ingenieros de Boston y Chevy Chase, Maryland, se les ocurrió un circuito que causa cambios de color después de detectar materiales genéticos específicos, como genes de cierta bacteria o el virus del ébola.

Publicado por Othón Vélez O’Brien.