Ir más despacio no implica detenernos. La lentitud no tiene que ver con la ineficacia, sino con el equilibrio. Hora de hacer un cambio: sólo tienes que decidirlo.

Vivimos sumergidos en una cultura que acelera todo. Que valora por sobre todas las cosas la velocidad y la eficiencia: todo y ya. A puro vértigo, sin resto para paladear vínculos, procesos y momentos que demandan tiempo, se nos va la vida. Pasan el tiempo y nos devora. En la rapidez, nos perdemos.

¿Te parece un buen momento para decir basta? Compartimos contigo diez argumentos que te ayudarán a bajarle:

* Los tiempos emocionales son diferentes a los de la cabeza: cuando dejas que la cabeza lleve las riendas, tienes muchas posibilidades de desatender tu mundo emocional. Lo más probable es que ni lo registres hasta que el sentimiento, por fuerte, se imponga y te pare (muchas veces con síntomas físicos). ¿Para qué llegar hasta ahí? Haz que tu cabeza cada tanto pare y escuche al corazón. Seguro te enriquecerá.

* Los ritmos biológicos son lentos: no estamos preparados para vivir a mil y la velocidad afecta nuestra salud.

* Vivir a mil nos vuelve más violentos y arruina nuestra calidad de vida y el vínculo con los demás: cuando va rápido atropella. Desentenderse de los tiempos del otro e imponer el propio ritmo en algún momento generará conflictos. En el trabajo, en la calle, en el tránsito… La velocidad multiplica el riesgo de choque.

* En la intimidad, la velocidad genera desencuentro.

* A la hora de comer, acelerar los pasos no sólo dificulta la digestión sino que nos priva de disfrutar de los sabores que nos regalan los alimentos. La saciedad se pasa por alto, comemos el doble y limitamos la “comida” a calmar el hambre y llenar la panza. Nutrirse es mucho más.

* Andar a full deteriora tu salud. Sabemos que el estrés imprime huellas en tu cuerpo y en tu bienestar de múltiples formas.

* Hacer todo rápido en el trabajo nos deja expuesto a los errores. Conocemos las presiones y exigencias, pero la velocidad es traicionera.

Para sumar a la reflexión, compartimos el decálogo de Carl Honoré, autor del libro “Elogio de la lentitud”

1) No dejes que tu agenda te gobierne. Muchas cosas que te planteas ahora son postergables. Prueba y verás.

2) Cuando estés con tu pareja y tus hijos o con tus amigos, apaga el celular y desconecta el teléfono.

3) Tómate tiempo para comer y beber. Comer apurado genera males digestivos y si la comida es buena y está bien sazonada, no la apreciarás como se debe. Este es uno de los placeres de la vida, no lo arruines.

4) Pasa tiempo a solas contigo mismo, en silencio. Escucha tu voz interior. Medita sobre la vida en general. No tengas miedo al silencio. Al principio te será difícil, luego notarás los beneficios.

5) No te aturdas con ruidos o mires televisión como si fueras una medusa petrificada. Escucha música con calma y verás que es bellísima. No te quedes frente al televisor porque sí.

6) Escribe un ranking de prioridades. Si lo primero que escribiste es trabajo, algo anda mal: vuelve a redactarlo. El trabajo es importante y debemos hacerlo, pero piensa y notarás que no es lo más importante de tu vida.

7) No creas eso de que en poco tiempo das amor. Escucha los sueños de la gente que amas, sus miedos, sus alegrías, sus fracasos, sus fantasías y problemas. Es una estupidez pensar que se puede amar una hora por día y basta con eso.

8) No creas que tus hijos pueden seguir tu ritmo. Sé tú quien debe desacelerar e ir al ritmo de ellos. Recuerda que la conversación y la compañía silenciosa son los medios de comunicación más antiguos que existen.

9) El virus de la prisa es una epidemia mundial. Si lo has contraído, trata de curarte.

Con información de Entremujeres