Abuela… ¡Pero qué dientes tan grandes tienes!” Ahora parece que Caperucita Roja no descubrió los premolares del lobo en un bosque sino en una selva, ya que un investigador inglés rastreó los orígenes del cuento y llegó hasta Africa.

El estudio fue realizado por Jamshid Tehrani, un académico de la Universidad de Durham, Reino Unido. Tehrani se puso a reconstruir el árbol genealógico de Caperucita, partiendo de su versión más conocida, la de Jacob y Wilhelm Grimm. Los hermanos alemanes eran una especie de Daniele Steele de los cuentos de hadas. En 1812 retomaron una historia escrita en 1697 por el francés Charles Perrault, que a su vez recogió las voces de una antigua fábula oral que circulaba en aldeas de Austria, Francia y el Norte de Italia. Y la convirtieron en best seller.

Tehrani hilvanó la historia detrás del cuento yendo hacia atrás. El ADN de Caperucita lo llevó de la doncella alemana de los Grimm a la virgen de una tribu africana interceptada y engañada por un animal salvaje.

El investigador trazó mapas con los lugares en los que fue encontrando vestigios de la fábula. Africa es el continente con más puntos; le sigue Asia, donde halló un cuento tradicional chino con el mismo argumento.

La versión oriental cuenta las desventuras de un grupo de cerditos que se creen la mentira de un lobo, que se hace pasar por su mamá. De acuerdo a quién cuente su historia, los finales de Caperucita son múltiples. Con Perrault, moría a manos del lobo. Y eso que el francés suprimió algunos giros brutales de los relatos medievales, en los que el lobo hacía beber a la niña un brebaje preparado con la sangre y la carne de su abuela, ultimada antes que ella.

Los Grimm le dieron una vuelta hollywoodense en dos finales: en uno la anciana y la pequeña resucitan; en la otra –la más extendida– un leñador las salva de ser devoradas por el animal. El engaño, el miedo y la bestialidad son comunes a todas las versiones. También la tentación. “Caperucita es una niña que ya lucha con los problemas de la pubertad, para los que todavía no está preparada”, explicó en su libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas el psicólogo austro-americano Bruno Bettelheim.

“Enfrenta a los chicos con el miedo que sienten cuando empiezan a alejarse de sus madres. Esos primeros pasos solos, ir hasta la esquina a comprar algo o entrar al colegio. ¿Dónde estará el lobo? Les enseña a abrir los ojos para estar atentos”, dice Rocío Brescia de la Fundación Leer. Y la idea de una niña inocente y un lobo feroz seduce también a los adultos. Las películas triple X recrean la fantasía hasta el cansancio. En su película Red riding hoof , la realizadora Catherine Hardwicke concreta el amor entre Caperucita y el lobo.

El miedo y la seducción remiten a pulsiones tan antiguas como la humanidad.

Quizás en eso resida su éxito. “¿Cuántas versiones conoces de la Bella Durmiente o de la Cenicienta? Caperucita tiene decenas”, pregunta Violeta Noettinger, jefa editora de Alfaguara Infantil. La editorial tiene en el mercado seis cuentos que le cambian la personalidad a la niña del bosque. En “Lobo rojo, caperucita feroz”, de Elsa Bornemann, la mala es la niña que se las hace ver negras a un lobito inocente. Y en “…tal como se lo contaron a Jorge”, de Luis Pescetti, un nene se imagina al lobo como a un villano de la tele.

“Los libros llevan entre cinco y diez re ediciones cada uno. Cada vez que salen se venden muchísimo”, confirma Noettinger. Caperucita, además, es un relato con el que se identifican tanto niñas como niños.

La de Caperucita es una historia fuerte y tiene todos los condimentos para gustar a los niños y a los grandes: hay peligro, hay buenos, hay malos y hay fantasía. Un combo tan universal que puede atraer en una biblioteca en un bosque alpino, las butacas de un cine de Palermo o en el fuego de una tribu perdida en Africa.

Clarín